abril 18, 2003
Italia 3, Brasil 2.
Sánchez-Pizjuán, España.
Segunda Fase España 1982.
I
La llave.
Guardo con cariño un VHS jaloneado y ruidoso. Contiene íntegro el Italia vs Brasil del Mundial España 82, donde Italia ganó el boleto a Semifinales y Brasil se volvió a casa, chillando. El máximo choque de escuelas. Estoy convencido de que, al final de la celebración, los italianos tuvieron que sentarse y recibir masaje por un profundo ardor en las rodillas. Y en el cerebro. Les había pasado por encima un equipo tan superior que parecía jugar otro deporte. Después de los abrazos y el champán, se duchaban sin hablar. Ganaron, pero no saben cómo. Cada balón cerca del área fue motivo de desesperación. Había que reventarlo y esperar que cayera cerca de otro vagabundo azul, aislado como boya, que siguiera el ping-pong hasta entregar la pelota, en un puyazo largo al portero rival. Y a tomar trinchera. Además del arquero, sólo dos italianos tenían instrucciones fijas: Claudio Gentile debía sabotear a Zico, cosa que no pudo pero intentó —en una ocasión le arrebató la pelota, derribándolo y rompiendo su camiseta sin que marcaran foul: todo un arte—, y Paolo Rossi, que salió a cazar liebres.
Los brasileños llevaban meses jugando a un alto nivel, líquido e inolvidable, y navegaron la cancha del Sánchez-Pizjuán como góndolas pensantes. ¿Cómo pudieron perder? Se hace tanta fiesta por el hat-trick de Paolo Rossi y las intervenciones roedoras de Dino Zoff. No me interesa. Brasil dio una lección mayúscula de fútbol lujoso y prominente, mental, invencible. Hubo largos periodos del juego en que los italianos no dieron pase con sentido, tropezando unos con otros, gritándose y dando manotazos al aire. Los verdeamarillos mientras tanto circulaban en silencio, dosificados, sabios, tejiendo una hermosa red de vasos comunicantes que transmite —es increíble— una profunda paz. De 100 partidos, Italia habría ganado uno: precisamente ése, que se jugó en Sevilla.
II
Burlamos al párroco.
Hay que ver lo fascinante que resulta una Copa del Mundo, como también lo cegadora que es. El triunfo de Italia en 1982 fue un maldito virus que infectó —infecta todavía— a sus escuelas de pensamiento y en buena medida a la generalidad del fútbol. El campeón fue Italia, como pudo ser Alemania. Pero está probado que Francia llevo al mejor equipo y Brasil, seguramente, jugó el mejor fútbol.
Fútbol productivo e intenso, contagioso y fértil, por el que vale la pena gastar en un Mundial y llevar la vida marcada en líneas cuatrianuales. La Francia de Platini, al menos, tenía para su consuelo la Eurocopa de Naciones. La selección de Telé Santana, que a mediano plazo dejó una estela de madurez y academia, una bendita mezcla entre funcionalidad y fiesta, se fue con las manos vacías.
Puede que la Copa del Mundo determine la memoria futbolística, puede que las ligas europeas sean la mayor prueba de calidad, sobre todo la italiana, que se presume ruda y hacedora de hombres. A Zico, que jugó tres mundiales y fichó por el Udinese en transferencia récord, le fue bastante mal. Pelé tiene más dieces, Romario hizo más goles, Ronaldo alzó más copas. Aún así, Zico es un privilegiado en la historia del fútbol brasileño. Para Mr Phuy más todavía: Zico es el fútbol unplugged, un peldaño obligatorio en la escala de valores del fútbol contemporáneo.
Bien por nosotros. Mal para su generación de futbolistas extraordinarios, que en hallaron el Hilo Negro a pesar de no encajar aquí ni allá. En otoño de 1986, Zico dio una entrevista al vicepresidente de Belgium Radio, en Bruselas, cuando planeaba emigrar a Japón y reposaba la cicatriz de otra eliminación cruel, ante Francia. En una pausa comercial, cuando se levantó por un cono de agua, el Dj se dirigió hacia él tirándole dos ganchos. Pum: Te hubieras quedado sin Mundial, como Di Stéfano. Zas: No hubieras salido de Brasil, como Pelé.
III
Sin embargo aquí.
Antes del pitido inaugural de Japón-Corea, Francia tuvo el mejor equipo del mundo. Definiciones: hablar del mejor equipo es elogiar a un grupo específico de jugadores (Jorge Valdano le llama "rebaño"), una camada valiosa e integrada, todos en edad y salud, que compiten un mes, superan los imponderables y facturan lo más posible. En la cual, sin embargo, los nombres son fundamentales. Equipo completo es igual a campeón; incompleto, algo que da pena. Zidane y Pires (lesionados) y Henri (explusado en el segundo partido), extraordinarios y anormales, no tuvieron sustituto y fueron el eje vicioso del raro rendimiento de los demás. Verán más oportunidades, pero el rebaño de 1998 se jubiló, dejando en la memoria una impecable línea defensiva: Desailly, Blanc, Lizarazu y Thuram.
Francia, el mejor equipo. Pero Argentina el mejor fútbol.
Lo anterior no tiene explicación, pero en todo caso, buscándosela bien, está en la manera de perder. Mientras Francia, como dije, no halló sustituto en posiciones básicas —no es que el técnico no hallara: es que no hay—, Argentina pudo inscribir tres selecciones igual de competentes. Un casting desbordante. Chico dilema de Marcelo Bielsa para elegir entre Batistuta y Crespo, sin hablar de Saviola; Verón y Aimar por no decir Riquelme; Ortega y Caniggia por evadir a Solari, a Romagnoli, a Delgado. Sólo se extrañó a los defensores Ayala y Vivas, pero Zanetti y Wálter Sámuel cumplieron a gran nivel.
Por ello su eliminación deprime y confunde a Mr Phuy, como a millones de argentinos. Dónde quedó la chispa. El racimo de goles. Nadie lo sabe. Su bajo promedio de gol en contra (0.66 por juego) se mantuvo, pero no sirvió. Los goles a favor se perdieron entre las maletas y fueron a dar al Aeropuerto de Laos, o cayeron por la escalinata. Dos pelotazos para no dormir jamás: un penal, un tiro libre. Y adiós.
Hay que retroceder varios párrafos para entender la noción de "fútbol argentino" en oposición al "equipo argentino". Me queda claro, a pesar del fiasco, que el fútbol argentino fue el mejor de 1999 a 2002. Menos nítido lo siguiente: en mi opinión lo es todavía.
. . . . . . . . . .
Comentarios a:
mr_phuy@mail.com
Sánchez-Pizjuán, España.
Segunda Fase España 1982.
I
La llave.
Guardo con cariño un VHS jaloneado y ruidoso. Contiene íntegro el Italia vs Brasil del Mundial España 82, donde Italia ganó el boleto a Semifinales y Brasil se volvió a casa, chillando. El máximo choque de escuelas. Estoy convencido de que, al final de la celebración, los italianos tuvieron que sentarse y recibir masaje por un profundo ardor en las rodillas. Y en el cerebro. Les había pasado por encima un equipo tan superior que parecía jugar otro deporte. Después de los abrazos y el champán, se duchaban sin hablar. Ganaron, pero no saben cómo. Cada balón cerca del área fue motivo de desesperación. Había que reventarlo y esperar que cayera cerca de otro vagabundo azul, aislado como boya, que siguiera el ping-pong hasta entregar la pelota, en un puyazo largo al portero rival. Y a tomar trinchera. Además del arquero, sólo dos italianos tenían instrucciones fijas: Claudio Gentile debía sabotear a Zico, cosa que no pudo pero intentó —en una ocasión le arrebató la pelota, derribándolo y rompiendo su camiseta sin que marcaran foul: todo un arte—, y Paolo Rossi, que salió a cazar liebres.
Los brasileños llevaban meses jugando a un alto nivel, líquido e inolvidable, y navegaron la cancha del Sánchez-Pizjuán como góndolas pensantes. ¿Cómo pudieron perder? Se hace tanta fiesta por el hat-trick de Paolo Rossi y las intervenciones roedoras de Dino Zoff. No me interesa. Brasil dio una lección mayúscula de fútbol lujoso y prominente, mental, invencible. Hubo largos periodos del juego en que los italianos no dieron pase con sentido, tropezando unos con otros, gritándose y dando manotazos al aire. Los verdeamarillos mientras tanto circulaban en silencio, dosificados, sabios, tejiendo una hermosa red de vasos comunicantes que transmite —es increíble— una profunda paz. De 100 partidos, Italia habría ganado uno: precisamente ése, que se jugó en Sevilla.
II
Burlamos al párroco.
Hay que ver lo fascinante que resulta una Copa del Mundo, como también lo cegadora que es. El triunfo de Italia en 1982 fue un maldito virus que infectó —infecta todavía— a sus escuelas de pensamiento y en buena medida a la generalidad del fútbol. El campeón fue Italia, como pudo ser Alemania. Pero está probado que Francia llevo al mejor equipo y Brasil, seguramente, jugó el mejor fútbol.
Fútbol productivo e intenso, contagioso y fértil, por el que vale la pena gastar en un Mundial y llevar la vida marcada en líneas cuatrianuales. La Francia de Platini, al menos, tenía para su consuelo la Eurocopa de Naciones. La selección de Telé Santana, que a mediano plazo dejó una estela de madurez y academia, una bendita mezcla entre funcionalidad y fiesta, se fue con las manos vacías.
Puede que la Copa del Mundo determine la memoria futbolística, puede que las ligas europeas sean la mayor prueba de calidad, sobre todo la italiana, que se presume ruda y hacedora de hombres. A Zico, que jugó tres mundiales y fichó por el Udinese en transferencia récord, le fue bastante mal. Pelé tiene más dieces, Romario hizo más goles, Ronaldo alzó más copas. Aún así, Zico es un privilegiado en la historia del fútbol brasileño. Para Mr Phuy más todavía: Zico es el fútbol unplugged, un peldaño obligatorio en la escala de valores del fútbol contemporáneo.
Bien por nosotros. Mal para su generación de futbolistas extraordinarios, que en hallaron el Hilo Negro a pesar de no encajar aquí ni allá. En otoño de 1986, Zico dio una entrevista al vicepresidente de Belgium Radio, en Bruselas, cuando planeaba emigrar a Japón y reposaba la cicatriz de otra eliminación cruel, ante Francia. En una pausa comercial, cuando se levantó por un cono de agua, el Dj se dirigió hacia él tirándole dos ganchos. Pum: Te hubieras quedado sin Mundial, como Di Stéfano. Zas: No hubieras salido de Brasil, como Pelé.
III
Sin embargo aquí.
Antes del pitido inaugural de Japón-Corea, Francia tuvo el mejor equipo del mundo. Definiciones: hablar del mejor equipo es elogiar a un grupo específico de jugadores (Jorge Valdano le llama "rebaño"), una camada valiosa e integrada, todos en edad y salud, que compiten un mes, superan los imponderables y facturan lo más posible. En la cual, sin embargo, los nombres son fundamentales. Equipo completo es igual a campeón; incompleto, algo que da pena. Zidane y Pires (lesionados) y Henri (explusado en el segundo partido), extraordinarios y anormales, no tuvieron sustituto y fueron el eje vicioso del raro rendimiento de los demás. Verán más oportunidades, pero el rebaño de 1998 se jubiló, dejando en la memoria una impecable línea defensiva: Desailly, Blanc, Lizarazu y Thuram.
Francia, el mejor equipo. Pero Argentina el mejor fútbol.
Lo anterior no tiene explicación, pero en todo caso, buscándosela bien, está en la manera de perder. Mientras Francia, como dije, no halló sustituto en posiciones básicas —no es que el técnico no hallara: es que no hay—, Argentina pudo inscribir tres selecciones igual de competentes. Un casting desbordante. Chico dilema de Marcelo Bielsa para elegir entre Batistuta y Crespo, sin hablar de Saviola; Verón y Aimar por no decir Riquelme; Ortega y Caniggia por evadir a Solari, a Romagnoli, a Delgado. Sólo se extrañó a los defensores Ayala y Vivas, pero Zanetti y Wálter Sámuel cumplieron a gran nivel.
Por ello su eliminación deprime y confunde a Mr Phuy, como a millones de argentinos. Dónde quedó la chispa. El racimo de goles. Nadie lo sabe. Su bajo promedio de gol en contra (0.66 por juego) se mantuvo, pero no sirvió. Los goles a favor se perdieron entre las maletas y fueron a dar al Aeropuerto de Laos, o cayeron por la escalinata. Dos pelotazos para no dormir jamás: un penal, un tiro libre. Y adiós.
Hay que retroceder varios párrafos para entender la noción de "fútbol argentino" en oposición al "equipo argentino". Me queda claro, a pesar del fiasco, que el fútbol argentino fue el mejor de 1999 a 2002. Menos nítido lo siguiente: en mi opinión lo es todavía.
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mr_phuy@mail.com